Querido
Orange Shoe Diary:
Nos volvemos
a encontrar Esta vez, te escribo para contarte una nueva fantasía diferente en
todos los sentidos. Hoy, el blanco de toda mi imaginaria seducción es Buster
Posey. Así se recrea esta maravillosa fantasía con el MVP de la carita de bebé:
Un bar & lounge. Miles de personas
bailando, tomando sus tragos y disfrutando de la activa noche del viernes. Yo
me encontraba sentada en una mesa tomando mis tragos en solitario. Estaba en
pleno despecho porque había terminado con mi ex novio días antes. A las 10 de
la noche, comenzó la ronda de karaoke. Cantaron primero unas cuatro personas.
Hasta que un hombre apareció para participar en el karaoke. Un hombre de otro
planeta; de piel blanca, ojos verdes intensos, casi azules; labios rojizos y
sexys, cuerpo rellenito pero formado y atlético y su rostro era de niño.
Me quedé hipnotizada mientras él
cantaba “Secrets” de OneRepublic. “Tell me what you want to hear, something
that we’re like those years, sick of all the insincere, so I’m gonna give all
my secrets away”, cantaba este enigmático hombre mientras yo, con algunos
tragos encima cantaba y movía mis manos de un lado a otro, como si estuviera en
un concierto. Al terminar de cantar, el hombre se sentó en su mesa. Unas 5
personas siguieron cantando en el karaoke hasta que me animé y decidí agarrar
el micrófono para cantar “Addicted to you” de Shakira con mis tragos encima
siempre con la mirada directa hacia el chico de la cara de muñeco.
“Debe ser el perfume que usas o el
agua con la que te bañas, pero cada cosita que haces a mí me parece una hazaña
(…)”, cantaba. Hay una frase en dicha canción que quedaba “como anillo al dedo”
al “muñeco”; por lo tanto y mientras yo la cantaba, bailaba seductoramente,
coqueteaba y hacía pleno contacto visual al susodicho: “Son tus ojos marrones,
esa veta verdosa, es tu cara de niño, y esa risa nerviosa”.
Me fui hasta su mesa, lo saqué a
bailar y le cantaba mientras le bailaba sensualmente: “I’m addicted to you,
porque es un vicio tu piel, baby I’m addicted to you, quiero que te dejes
querer”. El chico me decía al oído con su cara
sonrojada: “No puedo creer que me hagas esto, que me sacaras a bailar. Eres
genial”; a lo que yo le contesté en el oído: “Gracias. Y, ¿cómo te llamas?”
“Me llamo Gerald, pero todos me dicen
‘Buster’, ¿y tú?”; dijo él, a lo que contesté: “Me llamo Carla, un placer,
Buster" *guiño*.
Al terminar de cantar, Buster se sentó
conmigo en la mesa donde yo estaba tomando mis tragos. Sobre la mesa, tenía
sangría, jugo de naranja, vodka, ron, whisky y cuatro cervezas. Buster y yo nos
servimos vasos de sangría y empezamos a tomar y a conversar un buen rato.
“Oye, qué voz tan hermosa tienes, y
además bailas espectacular”, me decía Buster. “Gracias”, le contesté y luego le
dije: “Sólo lo hago por diversión, pero no porque de verdad quiera ser una
cantante famosa. Ah, por cierto, tú también cantas hermosísimo”. Buster sonrió
y siguió sacándome conversación. Luego de un buen rato hablando, Buster me
propuso una salida: “Carla, quería invitarte a mi casa en la playa este fin de
semana próximo; así podríamos halar mucho mejor, en privado y bajo el sol
intenso, ¿me entiendes?”
Yo, sin ningún remordimiento, le
respondí: “No hay problema. Iré el fin de semana contigo a la playa. Sólo dime
día y hora exactos para ir entonces arreglando todo para ese paseo”
*guiño*.
Él contestó: “A las 9 am el sábado.
Dame la dirección de tu casa y así te busco en mi auto directamente en la
puerta de tu casa”. “No hay problema, querido”, le
contesté. Después de intercambiarnos números de teléfonos, e-mails y unos
tragos más; nos fuimos a nuestras casas.
El fin de semana siguiente,
específicamente el sábado; la alarma suena a las 7:30 am. Me levanto de mi
cama, me preparo de desayuno unos sándwiches con huevo frito y tocineta y una
taza de café con leche. Luego de desayunar, arreglé mis maletas para el fin de
semana. Unas dos toallas, crema bloqueadora, cepillo y pasta de dientes,
maquillaje, ropa de playa, dos bikinis y un traje de baño entero, tres pares de
flip flops, tres conjuntos de ropa interior, pijamas, champú, desodorante, etc.
A las 9:10 minutos de la mañana Buster se paró enfrente de mi casa, tocó la
corneta por lo menos tres veces hasta que salí a embarcarme en su carro.
“Disculpa la demora, Buster. Estaba
terminando de arreglarme y de arreglar mis cosas”. Buster soltó una mínima
carcajada y me dijo: “Calma. Yo entiendo a las mujeres. Ustedes tienen tantas
cosas y tantos métodos para verse bien a donde vayan, así que despreocúpate. Lo
importante es que vamos a la playa a relajarnos, divertirnos y pasarla bien”.
Ambos nos reíamos y arrancamos nuestro
trayecto. A lo largo del camino, Buster y yo cantábamos cada canción que sonaba
en el reproductor de su carro.
Llegamos a la casa de Buster en la
playa. Nos bajamos él y yo del auto y fuimos hasta adentro de la misma. Allí,
él me fue mostrando cada espacio de su casa, como si se tratara de MTV Cribs.
La casa es de dos pisos; arriba tiene tres habitaciones con sus respectivos
baños, un cuarto de estudio con computadora y biblioteca y una terraza bien
amplia, con espacio para colgar al menos unas cinco hamacas y con una mesa de
pool y de dominó. Abajo hay un living room,
una amplia cocina, una sala, un comedor; y afuera hay un amplio patio con
parrillera, dos piscinas (una pequeña y otra grande) y un jacuzzi. Y por
supuesto, en su fachada un hermoso jardín y atrás un portón de salida exclusiva
de la casa hacia la playa.
“¡Es una casa maravillosa, Buster!”,
exclamé. Él sonrió y agradeció el halago hacia su “espacio de aislamiento”.
“Mira, si quieres puedes ir cambiándote que dentro de unos minutos me voy a la
playa a bañar, y no quiero ir solo, ¿sabes?” decía Buster en tono jocoso, a lo
que le respondí: “Claro, mi amor. Dame unos 5 minuticos y estoy allá en la
orilla de la playa contigo”. Le di un pequeño beso en su mejilla y me fui al
baño a cambiarme. Ya cargaba el bikini puesto, sólo debía quitarme lo que me
puse encima y listo.
Luego de dicho cambio de ropa, me fui
corriendo hacia la orilla de la playa. Allí me esperaba Buster con sólo una bermuda
puesta. Mi vista quedó paralizada al ver a ese muñeco de carne y hueso
derrochando su sex-appeal hasta más no poder. No le bastaba con sólo tener su
cara armónica y jovial, su cuerpo también era un enigma. Una piel blanca, pero
que con lo intenso que estaba el sol ya se estaba empezando a poner rojiza. Y
él al verme también quedó congelado. Trajo un altavoz para iPod y conectó su
iPod a dicho altavoz. Empezó a ponr música y me pidió que me acercara a él sin
miedo. Yo no aguantaba la tentación, así que corrí hacia él. Nos fuimos al
agua, nos mojamos lo más que podíamos. Jugábamos con las olas, buscábamos
caracoles, y todo era risas, agua y más. Hasta que Buster me besa en la boca.
Me abrazaba y acariciaba. Y yo, le hacía lo mismo.
Luego, nos fuimos a la orilla. Buster
me acostó en una colchoneta y me colocó una enorme sombrilla para no asolarme
tanto. Buster me besuqueaba por todo el cuerpo. Desde el cuello hasta mis
piernas. Fue quitándome el bikini lentamente hasta dejarme desnuda. Me besaba
los labios y los pasaba por mis pechos, mi estómago, mis muslos y mi clítoris
una y otra, y otra, y otra vez.
Acto seguido, Buster me empezó a
penetrar suavemente por mi vagina. Mi nivel de excitación iba hacia decibeles
altos. De repente, el iPod empezó a reproducir música más romántica y el
éxtasis subió a millón.
Más tarde, Buster y yo estamos
sentados uno encima de otro. Empiezo a moverme y rebotar encima de él. La
música nos inspiraba para que nuestros movimientos fueran intensos cada
segundo. Buster pasaba mis manos por mis hombros, mi cabello, mis pechos y mis
caderas. Yo le lamía su cuello y acariciaba sus brazos, sus hombros, sus
pectorales y su abdomen. Nos besábamos intensamente.
Después, acosté horizontalmente a
Buster en la colchoneta, mientras yo me quedaba montada arriba de su
entrepierna. Me movía desde suave hasta rápido cada cierto tiempo. Me agarraba
de manos con Buster. Le ponía en su boca mi dedo y él lo chupaba una y otra
vez. Él subía y bajaba sus manos por mi cintura. Con mis pechos jugaba, los
acariciaba y les hacía cosquillas una y otra, y otra, y otra vez. Y mis niveles
de excitación sobrepasaban los límites. Reía, gemía, sudaba. Y él ni se diga.
Yo recorría mis manos por su pecho y su abdomen por varios segundos. Hasta que
llegó el cansancio y no pudimos resistirnos más. Caí encima de Buster y lo
abracé y besé hasta decir “basta”.
Sin duda que la música jugó un papel fundamental en toda esta fantasía. Cantando, oyendo, bailando, haciendo el amor.En fin, me disfruté a Buster como nadie se lo ha disfrutado en la vida. Porque él nació para esto, para ser admirado no sólo por su talento; sino por sus encantos físicos de otro planeta.
Te dejo,
Diario. Debo seguir mi rumbo.
Nos vemos.
–Carlita.
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